viernes, 27 de diciembre de 2013

jueves, 23 de mayo de 2013

YO SUEÑO TE VEO INDEFINIDAMENTE SUPERPUESTA A TI MISMA... André Bretón






YO SUEÑO TE VEO INDEFINIDAMENTE
SUPERPUESTA A TI MISMA...



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Yo sueño te veo indefinidamente superpuesta a ti misma
Estás sentada en el alto taburete de coral
Ante tu espejo siempre en su cuarto creciente
Dos dedos sobre el ala de agua del peine
Y a la vez
Vuelves de viaje te retrasas la última en la gruta
Brillante de relámpagos
No me reconoces
Estás tendida sobre el lecho te despiertas o duermes
Te despiertas donde estuviste dormida o en algún otro lugar
Estás desnuda la bola de saúco rebota aún
Mil bolas de saúco bordonean encima de ti
Tan livianas que a cada instante son ignoradas por ti
Tu aliento tu sangre salvados de la loca truhanería del aire
Cruzas la calle los coches precipitados hacia ti no son más que su sombra
Y la misma
Niña
Cogida en el fuelle de lentejuelas
Saltas a la cuerda
Tiempo suficiente para que asome en lo alto de la escalera invisible
La única mariposa verde que frecuente las cimas de Asia
Acaricio todo lo que fue tú
En todo lo que sigue aún
Escucho silbar melodiosamente
Tus brazos innumerables
Única serpiente en todos los árboles
Tus brazos al centro de los cuales gira el cristal de la rosa de los vientos
Mi fontana viva de Sivas


André Bretón









domingo, 24 de febrero de 2013

El Mundo Alucinante, Reynaldo Arenas

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"El verano. Los pájaros derretidos en pleno vuelo, caen, como plomo hirviente, sobre las cabezas de los arriesgados transeúntes, matándolos al momento.
El verano. La isla, como un pez de metal alargado, centellea y lanza destellos y vapores ígneos que fulminan.
El verano. El mar ha comenzado a evaporarse, y una nube azulosa y candente cubre toda la ciudad.
El verano. La gente, dando voces estentóreas, corre hasta la laguna central, zambulléndose entre sus aguas caldeadas y empastándose con fango toda la piel, para que no se le desprenda el cuerpo.
El verano. Las mujeres, en el centro de la calle, empiezan a desnudarse, y echan a correr sobre los adoquines que sueltan chispas y espejean.
El verano. Yo, dentro del morro, brinco de un lado a otro. Me asomo entre la reja y miro al puerto hirviendo. Y me pongo a gritar que me lancen de cabeza al mar.
El verano. La fiebre del calor ha puesto de mala sangre a los carceleros que, molestos por mis gritos, entran a mi celda y me muelen a golpes. Pido a Dios que me conceda una prueba de su existencia mandándome la muerte. Pero dudo que me oiga. De estar Dios aquí se hubiera vuelto loco.
El verano. Las paredes de mi celda van cambiando de color, y de rosado pasan a rojo, y de rojo al rojo vino, y de rojo vino a negro brillante... el suelo empieza también a brillar como un espejo, y del techo se desprenden las primeras chispas. Solo dándole brincos me puedo sostener, pero en cuanto vuelvo a apoyar los pies siento que se me achicharran. Doy brincos. Doy brincos. Doy brincos.
El verano. Al fin el calor derrite los barrotes de mi celda, y salgo de este horno al rojo, dejando parte de mi cuerpo chamuscado entre los bordes de la ventana, donde el aceite derretido aun reverbera.
(…)
Pero las revoluciones no se hacen en las cárceles, si bien es cierto que generalmente allí es donde se engendran. Se necesita tanta acumulación de odio, tantos golpes de cimitarra y redobles de bofetadas, para al fin iniciar este interminable y ascendente proceso de derrumbe.
(…)
Las manos son lo mejor que indica el avance del tiempo.
Las manos, que antes de los veinte años empiezan a envejecer.
Las manos, que no se cansan de investigar ni darse por vencidas.
Las manos, que se alzan triunfantes y luego descienden derrotadas.
Las manos, que tocan las transparencias de la tierra.
Que se posan tímidas y breves.
Que no saben y presienten que no saben.
Que indican el límite del sueño.
Que planean la dimensión del futuro.
Estas manos, que conozco y sin embargo me confunden.
Estas manos, que me dijeron una vez: -tienta y escapa-.
Estas manos, que ya vuelven presurosas a la infancia.
Estas manos, que no se cansan de abofetear a las tinieblas.
Estas manos, que solamente han palpado cosas reales.
Estas manos, que ya casi no puedo dominar.
Estas manos, que la vejez ha vuelto de colores.
Estas manos, que marcan los límites del tiempo.
Que se levantan y de nuevo buscan el sitio.
Que señalan y quedan temblorosas.
Que saben que hay música aun entre sus dedos.
Estas manos, que ayudan ahora a sujetarse.
Estas manos, que se alargan y tocan el encuentro.
Estas manos, que me piden, cansadas, que ya muera."



















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